El mar. La mar
El mar. ¡Sólo la mar! (...)

R. Alberti
DE MADRID AL...MAR
Día 1º. Viernes 15 de abril.
De Madrid a Orense

Era la esperada continuación del viaje que iniciamos hace un par de años por Galicia, también en Semana Santa y en el que recorrimos las Rias Altas, desde Noia hasta Tui. Entonces ya Galicia nos cautivó: mágica, misteriosa, y sobre todo, hermosa.

Pero las lluviosas previsiones meteorológicas del año pasado, nos hicieron poner rumbo al sur, a las costas portuguesas. Pero las de éste eran buenas, por lo menos hasta el martes. Teníamos por delante tres días de tiempo estupendo. Luego ya se vería. Cierto es que Galicia es hermosa con lluvia y sin ella, pero si acompaña el sol, esta tierra muestra su belleza en todo su esplendor.

Si hace dos años, comenzamos por Noia, ahora lo hacemos por Muros. La costa da morte, que por su hermosura desde tierra debería ser la costa de la belleza.

Dejamos atrás Madrid con un espléndido sol y al igual que nosotros, miles de madrileños nos dispusimos a dejar la capital por la -A-6 y tuvimos que soportar un pequeño atasco antes de entrar en ella, y una vez aquí, desde las Rozas hasta las Matas. Después, mucha densidad de tráfico en determinados puntos hasta más allá de Valladolid.

A las 20,30 h, unos kilómetros más pasados Orense, dejamos la autovía para dirigirnos al Monasterio de Coseira ya que la experiencia nos había enseñado que la mayoría de los monasterios, por no decir todos, está situados en lugares privilegiados, contando por lo general con un buen aparcamiento. La situación de éste se alejaba tan solo 10 km de la autovía, por lo que lo elegimos.

Y cuando el sol ya nos abandonaba, llegamos. Impresionante edificio y magnífico lugar, pero el aparcamiento estaba inclinado por lo que intentamos buscar otro lugar. Al avanzar para dar la vuelta, descubrimos un área recreativa abajo, a nuestra izquierda, regada por un pequeño arroyo.
Como ya habíamos hecho otras veces, exploramos a pie el lugar y parecía que la única dificultad a salvar consistía en atravesar un estrecho puente con el pavimento en forma de de “V” invertida por lo que no estábamos seguros de no dar con el depósito de grises. Con mucho cuidado y midiendo cada centímetro, conseguimos pasar (solo sobró un dedo) y nos pusimos junto a esta zona en un lugar bello y muy tranquilo.

Decidimos dejar la claraboya abierta para que fuera el sol de la mañana quien nos despertara, pero lo hizo la luna cuya luz entraba a raudales por la enorme claraboya. Noche de luna llena. Así que tras cerrarla, continuamos nuestro tranquilo y reposado sueño hasta las 7,00h en la que el sonido de las campanas que llamaban a la oración de los monjes nos despertaron. Pero esta vez la pereza nos venció y no nos levantamos hasta las 8,00. Y es que la temperatura reinante (exterior: 6ºC;interior: 12 ºC) tampoco invitaba a abandonar la cama:

Día 2º. Sábado día 16 de abril
El Mar, la Mar....
Desayunamos y pusimos rumbo a Muros dejando atrás Santiago de Compostela en un espléndido día con un sol radiante. Dimos un breve paseo por este bonito pueblo que aun conserva su “sabor” y una traza medieval en sus calles, para dirigirnos a lo que sería la segunda parada en la playa Mayor-Monte Louro (42º45'28,10N; 9º06'43.45)


Había hecho lo que hice el ya el año pasado: Me había “paseado” con el google earth localizando lo que podrían ser aparcamientos de playas de las que tenía alguna referencia por otros que las habían descrito como hermosas o especiales, y una vez localizados, tomaba nota de las coordenadas .Así sólo tendría que anotarlas en el navegador para que me llevara directamente.

Las arenas blancas de playa mayor se extendían a nuestra derecha contrastando vivamente con el color verde esmeralda y azul turquesa del mar. Las olas, reventaban estrepitosamente en la playa produciendo un ensordecedor ruido. Y dimos nuestro primer paseo por la playa sintiendo como ña suave arena se colaba entre los dedos de nuestros pies. Siempre me gusta esta sensación, que experimento muy intensamente cuando ha pasado mucho tiempo. Y es que somos de “tierra adentro”. Y curiosamente, algo similar debe sentir nuestra perra,Tula, que se pone loca de contenta dando saltos y haciendo todo tipo de cabriolas.

Dejamos atrás esta hermosa playa para dirigirnos al faro Lariño, en punta Isua, señalado en la carretera, que si bien describen como una interesante construcción, para nosotros resultó totalmente prescindible, aunque disfrutamos de la vista de la playa desde otro ángulo distinto.
Ahora nos dirigimos hacia Carnota intentando antes encontrar la playa de Lira. Desistimos al meternos un par de veces por calles intransitables por su estrechez. Pero sí hallamos el horreo de Carnota, construído en el siglo XVIII,de 34,74 m de largo y 1,90 m de ancho. Consta de 22 pares de pies y se comunica con el exterior por tres puertas. Este monumental hórreo ocupa la tercera plaza en cuanto a tamaño, ya que los de Araño con 37 metros y el de Lira con 36,53, le superan en longitud. Junto a él se encuentra también un bonito palomar, formando un armónico conjunto con un precioso paisaje marino de fondo. La entrada en libre, algo que incomprensiblemente se repetirá a lo largo de estos días.
Pero también llama nuestra atención el artístico cementerio de la iglesia de Santa Comba, en donde habíamos dejado aparcada la autocaravana.
La siguiente parada prevista era la playa de Carnota. De ella tengo varias coordenadas, pero al final elegimos una entrada señalada en la misma carretera. Esta carretera se bifurca en dos un poco más adelante. Nosotros elegimos el brazo izquierdo que nos llevó por una estrecha carretera a un fondo de saco con escaso sitio para aparcar. De hecho, si en vez de estar solos, hubiera habido coches aparcados, habríamos tenido dificultades para poder dar la vuelta.

La playa de carnota pasa por ser la mas extensa de Galicia, con 7 km de longitud. Su estado de conservación es ejemplar estando entre las 100 mejores del mundo. Con bajamar supera el kilómetro de anchura en algunos tramos.Posee una zona de marismas y dunas que dan cobijo a gran variedad de aves migratorias y flora endémica.

Hoy, pese a ser sábado, estamos prácticamente solos y el sol profundiza el contraste entre el blanquecino color de la arena y el azulado del mar. Es un lugar muy hermoso y casi salvaje, lo que la añade atractivo.


Cerca de la hora de la comida, decidimos regalarnos un frío refresco y unos panchitos, que tomaríamos sentados a la orilla del mar disfrutando de este espectáculo único para nosotros: el mar bravo, rompiendo contra la playa provocando un rugido sordo, en un ir y venir sin fin. Los colores, la luz, el sonido, el olor…Luego nos unimos a las escasas personas que paseaban por sus orillas.
Las olas, traviesas, nos sorprendieron mojándonos más de la cuenta cuando reventaban con violencia. Solo se libró Tula, siempre alerta a ese extraño movimiento continuo que mira con cierto sobrecogimiento.

Aunque era ya la hora de la comida, decidimos desplazarnos unos kilómetros más adelante, buscando un lugar un poco sombreado. Nos dirigimos a Boca Do Rio.


Dejamos la carretera a una señal que nos indicaba la playa y después de pasar un área recreativa, llegamos a un sombreado lugar poblado de pinos frente al cual se abría una hermosa playa de paisaje muy irregular y variado, lo que la dotaba de un atractivo y belleza especial.

Decidimos comer aquí a la sombra de los pinos pero al acercarme curioseando, vi a dos autocaravanas dispuestas en un lugar privilegiado, con vistas directas al mar –en primera fila de playa-. Aunque era muy pronto, decidimos quedarnos a pasar la noche ya que cumplía casi todos nuestros exigentes requisitos: que no hubiera problemas con las “autoridades”, que fuera tranquilo, bonito y además, estar acompañados.

Comimos y respetando una prudencial distancia, la que nos permitía la disponibilidad de espacio, nos acoplamos al lado de ellos y nos echamos una breve siesta amenizada por las agudas voces de los niños. Y yo he criado dos, pero en estas circunstancias me acuerdo de una amiga mía que oraba llamando a “San Herodes” o de aquel gracioso cartel en un restaurante que decía: “los niños sueltos serán vendidos como esclavos”. Necesitaba descansar y lo conseguí a “saltos”.

Luego nos decidimos a descubrir la playa en la que parece que desembocan dos ríos, uno a cada lado, lo que la hace tan peculiar, pero también impide que nos podamos mover quedándonos atrapados entre ambas desembocaduras.

A partir de las 16,00 horas no paran de llegar turismos y la playa absorbe gente que no parece molestarse entre sí. Me alegra y me sorprende comprobar que aquí no rige lo que en otras playas, que aunque haya un espacio libre inmenso, la familia más ruidosa y más molesta, la que tiene la radio más grande con la música más alta, justo elige ponerse a tu lado.

A las 18,00 h nos arrepentimos de habernos quedado tan pronto, sentimiento motivado quizás por la llegada masiva de la gente que circula por la pasarela que tenemos frente a nosotros. Pero eso ya no sirve de nada. El sitio era perfecto y también necesitábamos descansar. En unas horas nos quedaríamos nuevamente solos, como así ocurre ahora, a las 19,50 horas.

Con la vista de esta hermosa playa que cambia de aspecto según la marea y el mar al fondo, veo como la gente abandona tímidamente la playa y la paz y tranquilidad regresa de nuevo....hasta que vengan nuestros vecinos con los niños, un poco escandalosos, aunque quizás, yo sea un poco exagerada en mi búsqueda personal de la paz: que se oiga el vuelo de las moscas.

Ahora la marea debe haber bajado ya que no se oye el ruido de las olas rompiendo. Tan solo se oyen pajarillos y algún que otro ruido de procedencia humana

Mañana intentaremos cargar agua y salir pronto con destino final al cabo Touriñán, pasando antes por el de Finisterre..


Ahora está anocheciendo y tengo la inmensidad del atlántico frente a mi. El brazo de tierra que sostiene el faro de Finisterre se recorta en el horizonte cayendo suavemente al mar cubierto por un velo de niebla. El sol se ha puesto y el mar se retira vergonzoso o quizás culpable por sus travesuras.

A mi izquierda, a lo lejos, se extiende la playa do rostro, toda una hermosura salvaje y nosotros estamos ahora en Nemiña (43º00'43,18 N; 9º15'58.97 O). Aquí hay dos o tres casas, un restaurante y una casa rural. En una de ellas habita un viejo marinero casi ciego y medio sordo y su familia tiene un curioso rebaño combinado de cabras, ocas, gallinas y gallos de colorines. Su casa, sobre un promontorio, queda en medio de dos playas, la parte pequeña de Nemiña donde estamos nosotros, y otra más grande que hace las delicias de los surferos. Parece ser que este señor permite poner las autos en una zona verde frente a su casas por tres euros. Nosotros nos hemos quedado en el aparcamiento junto a un restaurante y frente a la playa, junto a dos autocaravanas más. La más cercana en un momento determinado, enciende lo que parece un generador. Yo quiero escuchar el ruido del mar, no el de un generador y he decidido ponerme una vez roja en vez de ciento una amarilla. Les pregunto si lo van a encender más y responde que únicamente para calentar algún invento moderno para los gasecillos de un bebé de 1 mes que tienen. Les comento que sencillamente era para buscarme otro sitio y me confiesan que tampoco les gustan estos aparatos, que la auto lo tenía cuando la compraron. Menos mal, porque últimamente se está incrementando escandalosamente lo que yo llamo “cebolletas sobre ruedas”, o lo que es lo mismo para mi: los que pretenden llevar absolutamente todo en su autocaravana sin importarle las molestias que ocasionen a los demás, y recuerdo aquel que “tenía que poner el generador para calentarse el café en el microondas”…sin palabras.

El restaurante tiene bastante movimiento y la gente que acude parece no tener nada que hacer y se acercan para charlar, simplemente. En nuestro caso, sobre Tula, nuestra perra. Cayendo ya la noche, supero el escozor que tengo en la espalda ya que el sol ha sido hoy demasiado generoso, igual que ayer, y continúo escribiendo el relato, comenzando por la mañana del día.

Alguna fotografía más






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